«Muchos de ellos, por complacer a tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho o soborno están traicionando y derramando la sangre de sus hermanos».
Emiliano Zapata
El hombre desde que habita la tierra debate su accionar en elecciones. Debe decidir como proceder en cada momento de su vida, tiene que elegir un camino, hacer esto o hacer lo otro. Eso lo lleva a tener que tomar como guía sus principios éticos que son todas aquellas conductas que lo hacen elegir el bien y alejarse del mal, ergo. la ética que es individual y personal de cada ser humano le señala el camino de lo bueno, lo justo y lo bello.
El conjunto de seres humanos que conformamos una sociedad, también nos regimos por principios que hacen saludable y posible la convivencia, a esto llamamos moral. Esto equivaldría a decir que la moral se forma por todas aquellas reglas que el conjunto social considera justo, bueno y bello para esa sociedad y en ese momento histórico. La ética es estática e inefable, la moral es dinámica y fluctúa con los tiempos y las distintas sociedades.
El camino del hombre, entonces, debe progresar por la senda que considere verdadera, justa, buena y bella. Esto es la virtud., el camino de lo verdadero, lo bueno y lo bello. Pero tiene que discernir entre distintos senderos que a diario le quieren desviar en su derrotero.
Por lógica, nada es totalmente bueno o malo, nada es totalmente claro o totalmente oscuro. Podemos observar a cada paso, que los opuestos siempre están allí. Es así en todas las decisiones que tomamos en la vida.
Para el hombre virtuoso, cuya guía es la razón los matices oscuros solo lo convocan a seguir trabajando en pulir la piedra que le de brillo a su vida. La maldad, para el hombre apegado a la virtud, es solo un matiz mas de la vida y un obstáculo a vencer.
Es por ello, que la lealtad se le contrapone la traición. La traición es el vicio mas rastrero que puede habitar en el corazón del ser humano. Solo se redime el hombre que día a día cultiva la lealtad como una virtud ligada al amor; amor a si mismo y amor al prójimo.
La herramienta que mueve la traición es la hipocresía, la hipocresía es la punta de una escuadra que se clava y mata el corazón inocente. Seria mejor para el traidor la muerte que peregrinar eternamente flagelado los siglos alquímicos de la eternidad.
Pocos vicios son tan nocivos para el espíritu del hombre, como la traición o la deslealtad, porque lo desvaloriza como ser humano y confina lo mas esencial que debe preservar o sea, su confianza, su palabra honrada. El hombre que no cumple sus juramentos y traiciona su palabra se convierte en la nada misma, un ente que pierde la condición de «Ser».
Claro, vulnerada la palabra y vejada la lealtad, el hombre se convierte es un paria, un cobarde que necesita de mascaras para ocultar sus miserias. Sus impudicias y vergüenzas le preceden aunque oculte su rostro fingiendo invulnerabilidad.
El cobarde, el traidor jamas puede ocultarse de su propia conciencia y el remordimiento es su castigo. Cuando hay una deslealtad se quiebra la justicia y desaparecido lo justo, la miseria corre desnuda a refugiarse en la autocompasión.
Indudablemente, para pagar la miseria de la traición hacen falta motivaciones, cuya abanderada es la ambición (lo dijimos antes), que no significa tener sanas aspiraciones de progreso, sino una patológica necesidad de algo ante el hecho inexorable de ser un fracasado.
Solo tiene el vicio de la ambición y la avaricia aquel que en su fracaso, no ha conseguido ser nada en la vida. El exitoso no necesita de reconocimiento, de medallitas en el pecho y tampoco de vestimentas pomposas y adornadas, para ser alguien.
El que es exitoso, lo es, y lo es por merito propio y esfuerzo. La simpleza le precede y el éxito merecido a su esfuerzo le coloca una corona de laureles.
Pero la madre de todos los vicios es la ignorancia y por este motivo el corazón del hombre llega a albergar una ambición desmedida y patológica que lo condena al fuego del Averno. El traidor es un miserable condenado a la desdicha de ser un excluido moral, sin palabra y sin virtud.
Pobres de aquellos que juramentando seguir los principios de los hombres de bien, traicionan arteramente a sus hermanos, no les justificara motivo valedero suficiente para menguar los tormentos de su alma, la pena y la desdicha serán la compañía de su conciencia.
«Pauper cui verbum deest, miser est mendicus proditionis, cuius damnatio est esse paria in deserto.»
Inaco