«La muerte es algo que no debemos temer porque,
mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es,
nosotros no somos».
Antonio Machado – (1875-1939) Poeta y prosista español.
Sobre la puerta de ingreso y encima de una pared gastada por el tiempo, el reloj marcaba las 11:00 hs de aquella mañana en el Servicio de Hemoterapia del Hospital de Clínicas de la Ciudad de Córdoba. Era día miércoles, lo recuerdo muy bien, yo era practicante menor (un alumno agregado), de aquel servicio.
Ese día la guardia estaba a cargo de la practicante mayor Marisa M y se completaba con Juan Luis (otro estudiante de ciencias médicas, como yo) . Unos minutos antes había sonado el teléfono del servicio requiriendo nuestros servicios en sala de Clínica Médica.
- José, podes ir a tomar una muestra, en Sala 10, cama 5.
- Sí, yo voy Marisa, dame unos minutos. – Conteste casi sin pensarlo.
Acomode mi guardapolvo, tome una de las cajas de extracción de muestras y cruce el pasillo central del hospital, para salir a uno de los patios de luz y jardines internos.
Era casi el medio día y estaba lleno de gente, -cada uno con su historia, pensé. Al pasar por los jardines pude notar los árboles grandes y frondosos, de madera envejecidas repletas de historia, ellos eran testigos mudos de mucho llanto, dolor y algunas alegrías.
Al llegar a la Sala 10 me dirigí a enfermería, me lavé las manos, procedí a colocarme los guantes y me preparé para tomar la muestra. Busque el pedido sobre una mesada de mármol blanco. Allí estaba esperándome en un pinche viejo y oxidado, la solicitud de sangre. Busque los datos del paciente, era una mujer y se llamaba Estela M., tenía en ese momento 36 años, su diagnóstico era leucemia.
La verdad no pensé demasiado, me dirigí a la cama de la paciente a quien encontré en el lugar indicado. Me llamo la atención esa primera imagen, era una mujer muy joven, de tez blanca y cabello oscuro. El color de su piel era muy blanco, yo diría casi translúcida y tenía hematomas en diferentes lugares de su cuerpo. Muchos hematomas, algunos parecían recientes y otros eran azulados ya en franca resolución. Su semblante no era bueno.
Le pregunté sus datos filiatorios y proseguí.
Ella me contesto con voz dubitativa, pero muy amablemente. –Me llamo Estela, dijo y no hablo más.
- Le voy a sacar una muestra de sangre Sra. Estela, soy del Servicio de Hemoterapia y nos han pedido una transfusión de sangre para usted. ¿Tiene algún inconveniente con este procedimiento?
- No, está bien, expresó y estiró su brazo.
Tome la muestra, mientras su sangre fluía, su mirada parecía perdida vaya a saber dónde, era como si su presencia solo fuera corporal.
Acomode todo en mi caja de extracciones y tuve especial cuidado con las muestras de sangre, me despedí con un saludo asegurándole que más tarde volvería con la unidad de sangre solicitada por los médicos. Ella no hizo ningún gesto o tal vez no escuche que dijera nada, se veía muy cansada.
Abrí la alta, pesada y añosa puerta de la sala y me encamine desandando el sendero de mis propios pasos, regresando al servicio de hemoterapia. Dejé la muestra en el baño de maría y procedí a tipificar a la paciente. Escogí la unidad más adecuada y comencé a compatibilizar.
Como dije anteriormente, en esa guardia éramos tres personas, Marisa, que era la jefa de Guardia y dos practicantes, Juan Luis (otro estudiante), ávido por aprender medicina y sentirse un poquito medico cada día y yo que por aquel entonces era un joven lleno de sueños e inquietudes, con la inconsciente necesidad de aprender de todo dentro de la medicina.
Así somos los estudiantes, siempre queremos hacer y saber todo, miramos todo, nos incluimos en todo lo que se nos permite y estudiamos en cada momento que podemos, eso aquel día no fue la excepción.
Fuimos los tres a comer al pabellón de residentes, las bandejas de acero inoxidable se sucedían unas a otras en aquel pabellón. Los médicos residentes y becarios acompasaban un bullicio propio de comentarios de pacientes, guardias y sala, todo era lo normal. Recuerdo que ese día salí con una naranja en el bolsillo del guardapolvos y me dije que después la comería. Cuando volvimos nos pusimos a trabajar sobre las muestras que teníamos con todo los quehaceres y rutinas de la tarde.
Como a las 15:15 hs, la unidad de Estela estaba lista y compatibilizada. Avise a mi Jefa de Guardia, ella controlo lo hecho y autorizo el procedimiento. Mis pasos junto con la unidad de GRS y los insumos necesarios nos encaminamos al internado en aquella tarde cálida y soleada.
Recuerdo muy claramente ese sol y ese día, una escasa brisa dibujaba ondas en mi cabello en aquel jardín hospitalario. El sol y las sombras de los árboles jugueteaban en el camino.
Llegue a la sala 10, me dirigí a la enfermería y prepare la unidad, coloque el perfus y prepare el abbottcach para la canalización. La enfermera de piso pasó a mi lado y le pregunté por Estela, pero mirándome fijamente con un gesto vago me dijo, «ahí, no la veo bien, parece terminal». Me dirigí a la paciente, pude notar un ánimo desmejorado o eso me pareció y corroboró aquel comentario.
- Aquí estamos, le dije
Ella me miro con lo que pareció una sonrisa y dijo:
- Me parecía que vendría, ¿Cómo está el día? – Pregunto casi como si fuera un suspiro más que una pregunta..
- Hace un sol muy lindo, un poco de calor paro nada exagerado.
Mientras buscaba en sus brazos la vena adecuada, recuerdo que cruzamos algunas palabras, pero estaba muy decaída. Le pregunte como se sentía, hace cuanto estaba allí y tuvimos una charla como la acostumbrada en esas circunstancias, pero sus respuestas eran cortas y su aliento muy cansado.
Estela era una mujer muy amable pero se notaba su esfuerzo al hablar. Ella pretendía o así me parecía tener un dialogo sereno, pero su postura era un poco descompuesta y hasta el aire parecía pesarle.
Termine de hacer mi trabajo y despidiéndome de Estela le dije que volvería al terminar la transfusión para controlar la finalización del procedimiento.
Nuevamente Salí de la sala pasé por la enfermería para comprobar el orden dejado y me dirigí a mi servicio. La verdad que hacía calor y de camino recordé su pregunta. Tal vez hubiera sido más agradable con una brisa fresca, pero que más daba, yo tenía la dicha de disfrutar ese día y pensé en Estela que solo lo vería a través de una ventana tan antigua como alta, en el mejor de los casos.
Dos horas después volví, estaba terminando de pasar la unidad, espere unos minutos y le retire la vía. Estela estaba bastante decaída por su enfermedad pero me saludo, correspondí su saludo, recuerdo que ella dijo sentirse más o menos y yo le dije “va a estar muy bien, tranquila”. Sus signos eran estables pero bajos, su semblante era esforzado. Mi reloj marcaba las 17:30 hs. cuando salí de la sala. Todo de ahí en adelante fue silencio.
Me fui entre el sol y algunos guardapolvos blancos que cruzaban los jardines del hospital. Mis pensamientos rondaban en el caso de Estela, su facie, sus hematomas, su cansancio. No obstante tenia tareas para continuar y así lo hice.
La tarde transcurrió con otros pedidos y otros pacientes, yo terminaba mi turno a las 19 hs, ayudé en todo lo que pude y al terminar me dirigí al pabellón de residentes donde tenía mi alojamiento en la habitación 28.
A las 20:00 hs servían la cena pero demore un poco y se hicieron casi las 21:30 hs. A esa hora me dirigí al comedor, allí unos residentes terminaban de cenar. También estaba un estudiante becado que acababa de llegar igual que yo , el “paraguayo”, se llamaba Harry o así le decíamos. Era un estudiante de 6° (sexto) año, tenia una beca de Anatomía Patológica y era su practicante. Estaba encargado de la Morgue y ese día de turno para las autopsias.
Cenamos y conversamos un rato de todo un poco. Cerca de las 22:00 hs, se asomó un enfermero por la ventana lateral del comedor de residentes, que a esa altura de la noche estaba vacío y le dijo:
- Chee, paraguayo, ahí tenés una autopsia para hacer, lo dejamos en la puerta de la morgue, ahí lo entran.
La morgue, claro, estaba en la catedra de Anatomía Patológica, dicha Cátedra se encontraba en las edificaciones posteriores del Hospital de Clínicas, colindante a una calle lateral. Todas estas estructuras edilicias eran muy antiguas, pero habían resistido estoicamente el paso del tiempo. Rejas, patios, galerías, puertas y ventanas, todo nos hablaba de un edificio casi centenario con una rica historia y con recuerdos de pacientes y doctores.
- Uhhh, bueno, ya voy, le contesto.
Seguimos cenando y hablando de cualquier cosa. Cuando terminamos me dijo:
- ¿Me quieres ayudar?, así termino más rápido.
Para mí como estudiante era una invitación, difícil de rechazar, era una oportunidad de seguir aprendiendo. Dije que sí (fue una aceptación casi agradecida) y unos momentos después partimos hacia Anatomía Patológica atravesando la oscuridad de los diferentes pabellones posteriores del Hospital de Clínicas.
Entramos a la morgue y percibí el olor a formol característico de ese lugar, en el centro de la morgue había dos mesadas y sobre una de ellas un cadáver esperaba cubierto con una sábana blanca. Una luz lateral nos daba detalles de la escena.
Nos preparamos, vistiéndonos adecuadamente y acondicionamos todo el material necesario. Tomó un cuaderno y comenzó a escribir los protocolos y entre charla y charla fuimos avanzando.
Lo primero que se realiza es una descripción externa y nos dirigimos a descubrir el cadáver. Cuando la sabana se deslizo hacia abajo, apareció un rostro inesperado, era Estela…
Quede perturbado, como ausente, ella era el motivo de aquella autopsia. No lograba comprender que había pasado. Unas horas antes la vida, en ese momento, la muerte.
En mi cabeza resonaban las últimas palabras que le había dicho, “va a estar muy bien, tranquila”. No podía o no quería comprenderlo, pero la muerte esa tarde rondando el hospital se había llevado a Estela. Yo seguía pensando: “va a estar muy bien, tranquila”.
Mil preguntas se agolparon presurosas en mi y la opresión de la muerte fue la única respuesta, aún así regresaban mis palabras, «va a estar muy bien, tranquila».
Me impacto mucho, me quede mirándola y tratando de comprender aquella situación, era la primera vez que conversaba con una persona y unas horas después estaba muerta, sobre una camilla de una morgue, yo con un bisturí en mi mano, y toda aquella situación ante mis ojos.
Pálida, casi alabastrino, más blanca que la nieve, ella estaba como dormida y yo la miraba como preguntando qué había pasado. Su rostro irradiaba paz, tal vez por el silencio me pareció que era su descanso. Pero seguramente todo era fruto de mi imaginación y aquella situación era lo real o sea la misma muerte.
Era totalmente inesperado a pesar del diagnóstico y lo mal que se la veía unas horas antes, muy impactante. Comprendí que ese día tal vez solo se procuraba su confort, muy poco se podía hacer. Mil ideas se cruzaban en mi cabeza, la noche fría y el silencio colaboraban en sumergirme más en mis pensamientos. De la vida a la muerte, de las buenas tardes…, al silencio.
Trate de que no me impactara o que el sacudón fuera lo menos posible y proseguimos. Mis sentimientos estaban encontrados. Era la primera autopsia que participaba activamente en un caso de leucemia terminal y eso era aprender mucho.
Era ver en primera persona lesiones probables que decían los libros, se presentaba la oportunidad de estudiar una lesión interna en forma directa, tal como es, sin la acción metodológica de un medio de conservación y sin que fuera la lámina de algún libro.
Pero era muy difícil separar las cosas. Lo que sentía era muy contradictorio, el estudiante quería estudiar, el ser humano estaba petrificado y angustiado.
Era diferente lo que sentía y lo que tenía que hacer, era demasiado incomoda aquella situación. Cuando terminamos eran cerca de la 00:30 hs, mas o menos, me dirigí al vestidor, descarté previamente guantes y camisolín, dejé el ambo a un costado y me puse mi vestimenta habitual.
Recuerdo que el paraguayo me dijo:
- ¿Queres que vamos a tomar una cerveza?
- No gracias, estoy muy cansado y mañana tengo clases temprano. Pero te agradezco por lo que pude hacer y aprender esta noche. Te veo mañana.
Me dirigí a mi habitación con sentimientos encontrados, mis pasos eran pesados y lentos. Caminaba con una marca en mi vida que después supe sería una más, pero viviría de forma imborrable en mí.
Estela marco una diferencia entre mi forma de ver la vida y mi función médica. Ella me mostró el corto trayecto entre la vida y la muerte.
Quizás Estela sea una marca mas en mi vida, después llegarían otras, y cada una dejo una enseñanza diferente. Pero sin lugar a dudas, Estela fue mi primer gran impacto. Fue ese golpe que nos abre los ojos de cual es el mundo real. Era joven, muy joven y con poca y nada de experiencia en la vida y así debía vivirlo.
El tiempo, esa variable constante e implacable ha pasado. Hoy soy un hombre entrado en años y con mucha experiencia en el campo de la salud. Alegrías y tristezas han pasado en mi vida.
Jamás olvidé a Estela, ella no cruzó conmigo mas que unas pocas palabras, pero fueron las suficientes para enseñarme profundos conocimientos del sentir del ser humano, del sufrimiento, del dolor.
Ella grabó con tinta indeleble los verdaderos sentimientos y valores que debe tener un médico. Me dejó la dosis justa de humanidad y empatía que debe tener un galeno para tratar con pacientes.
Estela me dejo mucha enseñanza, en lo médico y en lo humano, ella no se enteró, ella solo cerró sus ojos y silenció su voz.
Mirando hacia atrás, le he agradecido siempre y aún hoy lo hago. Su recuerdo me alienta a tratar a cada paciente con empatía y ternura. La recuerdo, respeto su memoria y le agradezco. Descansa Estela, “va a estar muy bien, tranquila” …
Inaco







