EL DESARRAIGO…MORIR UN POCO EN LA AUSENCIA.

«Se muere cuando se callan los recuerdos…»

INACO
«Uno parte con un puñado de recuerdos en una mano
y un bastón para las dificultades en la otra…»

Este fue mi caso, ya que siendo único hijo de mi madre y con apenas 18 años salí de casa buscando un destino, primero cumplí con mis obligaciones militares en mi patria y después la universidad. En casa quedaron mi madre y mi padre, solo esperando.

Así emprendí ese gran viaje que se llama vida, así crucé caminos y montañas, ríos y quebradas, sueños y nostalgias. Así aprendí la dura lección de vivir, de extrañar, de reir, de llorar, de sentir y de callar. Así fui aprendiendo ciencia y postergando sueños, fui cambiando conocimientos por anos, los años de mi primera juventud, alto precio si miro hacia atrás.

Porque viajar es sinónimo de cambio, es cambiar comodidades, mimos familiares y ese calorcito de hogar paterno, por un ideal en un lugar distinto, es cambiar ese plato con sabor a mamá por el sueño de un porvenir mejor aunque en otro lugar.

Atrás quedó la casa de los viejos, y mi madre me dio un beso en la frente y mil besos más, con ojos rojos de lágrimas retenidas en sus claros ojos verdes. Más a pesar de su dolor me dio su bendición, porque sabía que eso era lo mejor.

«Atrás quedó la casa de los viejos…»

Su alma acongojada llorará todos los días y su sueño invariablemente era verme llegar a la puerta de casa y atravesando la puerta la estrecharla en mis brazos y con un beso enorme le dijera cuanto la había extrañado, ella también decía lo mismo cada vez que yo llegaba, “cuanto te he extrañado, hijo”,  y era mágico, la paz fundía nuestras almas y ahí estaba seguro… es mamá.

Porque así son las madres, son aves cuidando su nido, son llanto añorando regresos y dolientes partidas en cada día cuando se miran al espejo y descubren que una arruga más se dibuja en su rostro. Porque una madre sabe que ella debe declinar y su hijo salir al mundo, pero su corazón de madre le oprime el pecho todos los días y respira a la distancia para escuchar aunque sea a lo lejos la voz de su hijo amado.

Mi padre era distinto, se hacía fuerte para su casa y transmitía tranquilidad o así lo parecía, para que mi partida sea más tranquila y llevadera, mil consejos salían de su boca y jamás mostraba una lágrima… aunque le inundaba de angustia el pecho. Todos los días buscaba en el fondo de casa los árboles viejos de sombras cansadas y allí se sentaba mirando lejano y conteniendo lágrimas. Porque muy adentro, también extrañaba. Solo aquellos árboles de hojas calladas fueron sus testigos del dolor de su alma padeciendo el exilio de mi ausencia larga.

Porque los hombres lloramos, sentimos la partida cuando salimos de casa y nuestro llanto se descubre solitario y silencioso, casi sin pensarlo ni quererlo, solo sale en la sinceridad del saber que la distancia es cruel y muchas veces difícil de acortar.

«Los brazos seguros de un Padre… a los lejos»

Y así pasaron los días, meses y años, mientras nuestras cienes se vistieron de plata y los viejos desgastaron almanaques en sus avejentadas y débiles manos. Porque parece que el tiempo nos va transformando y las arrugas del tiempo en impiadoso trabajo van conquistando cada espacio de aquellos seres que en su juventud nos vieron nacer…

Y un día vuelve uno a casa y se da cuenta que aquellos viejos que no eran tan viejos… ahí uno se da cuenta que son dos ancianos de cansado paso y mirada amorosa. Porque a esa edad la madre u el padre te toman la mano y… se olvidan cosas.

Y a uno se le detiene el pulso un instante, y sufre con dolor quebrado llorando por dentro, pero les sonríes, les abrazas fuerte y con amor los besas rogando al cielo les dé mucho tiempo… así lo recuerdo y con la ternura de sus ojos verdes, sus besos tan tibios devolvieron mis besos

El tiempo pasó y ya no me atrevo, a contar ahora mi dolor eterno…

INACO

«Sus manos cansadas sus manos asieron…»
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