Las Improntas del Alma…

Hablar de impronta es hablar de huellas que quedan marcadas en este caso en lo más profundo del ser y que condicionan comportamientos y conductas futuras de determinada manera.

Encontrábame pensando hace unos días sobre el ser y sus vivencias, sobre cómo puede un determinado hecho impactar en la vida futura sin que nos demos cuenta, por más que la exposición al estímulo disparador sea a veces un instante u horas, o días o años.

Trataré de ser más descriptivo, una acción violenta, un accidente, una mala experiencia, etc…, pueden influir sin darnos cuenta más de lo que uno piensa en la vida futura, independientemente si esta mala experiencia sucede en cualquier etapa de la vida.

En un principio parece que el hecho está superado, que nunca más volverá a nuestras vidas, pero no es así, en el momento menos pensado surge implacable y tan hiriente como en el día que aconteció. Un ejemplo lo extraigo de mi niñez.  Esto ocurrió cuando solo tenía cuatro años de edad y aún hoy siento aquel hecho.

Por aquel tiempo trasladaban a mi padre laboralmente desde la ciudad de San Juan a un pueblito de Mendoza y en ese traslado realizamos varias paradas, era el año 1968. Recuerdo que en uno de esos descansos, mi madre me hizo una taza de leche con fécula de maíz (que tanto me gustaba), luego de tomarla con gusto, arrojé mi taza favorita (en forma de juego inocente y sin pensar consecuencias), a un río con buen cause que corría al costado del camino.

 Mi tasa favorita se fue con el agua irreversiblemente y yo avisé a mi madre, quien lamentando un poco la pérdida de la taza me dijo que no me preocupara, que todo estaría bien. Recuerdo mi angustia y mi tristeza porque yo amaba esa taza, en ella tomaba el desayuno y la merienda todos los días, estaba muy acostumbrado a ella. En el tiempo me acompaño la imagen de mi taza alejándose en el agua, hasta ocultarse de mi vista en forma inexorable.

El hecho pareció superado, a los pocos días ya tenía mi taza nueva y se olvidó lo sucedido. Pero nunca más volví a ver mi taza y este recuerdo vino a mí en distintos momentos de mi vida generándome un sentimiento de angustia evocado como el día de aquella pérdida. Seguramente en el día de hoy, forma parte de las improntas que acuñaron y forjaron mi personalidad.

Este es solo un ejemplo de mi vida, pero en la vida diaria del común de la gente  le suceden hechos iguales, similares y otros muchos más graves como abusos, robos, lesiones y otros.

Pero no solo los hechos de la niñez marcan la vida de una persona, la adolescencia es un período de especial sensibilidad y la vida adulta no está exenta para nada de experiencias que nos marcan y  nos condicionan como personas.

Un engaño, una mala experiencia amorosa pueden generar en hombres y mujeres distintos grados de improntas, frustraciones y temores que reúsan quedarse en el pasado y vuelven a rememorarse recurrentemente en distintos momentos de la vida.

A veces el engaño y la traición generan monstruos dormidos que con el correr del tiempo cuando aparecen por situaciones determinadas pueden afectar no solo a la persona que lo alberga y padece, sino a las personas que en verdad amamos y nos aman.

Un hecho violento del pasado puede ser un verdadero obstáculo para una relación presente y futura. Estas y otras son las terribles consecuencias de una vida donde las experiencias traumáticas pasadas no se quedaron en el pretérito de la vida, sino que insisten en influenciar en el presente y en el futuro.

Pero estos monstruos del pasado que se actualizan, lo hacen por algo y esto es por el equivocado fin de protegernos de nuevas malas experiencias. Los mecanismos de defensa del ser humano pueden ser idóneos y eso está muy bien, o pueden ser exagerados.

Un proceso alérgico es una respuesta exacerbada a la agresión de una determinada noxa. Cosa similar ocurre en la vida con estas improntas, la respuesta a una situación actual o acción puede ser tan desproporcionada, exagerada e inapropiada que termina haciendo daño no solo a nuestros seres queridos sino también a nosotros mismos.

Ni que decir de que las más de las veces ni se justifica ni se requiere mínimamente de tal reacción. Muy por el contrario corremos el riesgo de dañar a nuestros seres amados y a nosotros mismos equivocándonos al recordar angustiosamente ese pasado, trayéndolo desgarrado y vengativo.

El pasado en el pasado, el presente en el presente y del futuro ya veremos, no se puede pretender ser felices sin soltar lo pasado, bueno o malo ya es pasado y no va a volver.

La experiencia debe servir como enseñanza de un momento determinado y la impronta tiene su propio nombre y apellido que debe indefectiblemente quedar en el pasado.

Porque el presente jamás tendrá la culpa en el pasado, las acciones de hoy tienen la culpa en el hoy y por mi accionar de hoy. El pasado tiene las culpas del pasado y ya podemos dejarlo ir para que caminar en la vida no sea tan dificultoso.

Tampoco vale decir yo soy así porque me pasó esto o aquello, solo son justificativos para esconder situaciones no superadas.

Se debe amar el presente y vivirlo como tal, teniendo en cuenta que los afectos del hoy nada tienen que ver con lo bueno o lo malo del pasado, eso quedó atrás y no hay dos personas iguales’

Seamos honestos y que la palabra sea amor en acción sin artificios de desván (“a mí me dijeron y después…”, “todos los hombres [y las mujeres], son iguales…”, “Si porque a mí me paso…”, “si, porque yo vi…”, etc…).

De estas últimas expresiones puede deducirse el ego mal herido, ese amor propio lesionado y mal cicatrizado por nuestra propia voluntad de no dejar ir al pasado al pasado. La libertad es la base del amor y la mutua confianza su alimento. El amor mutuo y verdadero no tiene fantasmas.

INACO

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