MI INFANCIA EN JOAQUÍN V. GONZÁLEZ

Plaza de JVG

«La Joaquín V. González, la llaman los changos de Anta,

revoleando los ponchos, todos la bailan y cantan….»

Letra Original de la Zamba

«La Joaquín V. González».

En el frío invierno de la Patagonia Austral Argentina, vinieron a mi mente hoy tantos recuerdos, que tratare de hacer los trazos de un tiempo que atesoro de mi querida Salta, la cuna de tantos amigos y sueños que conservo intacto en lo más profundo de mí ser.

Decir Anta y pensar en Joaquín V. González, es sentir el cálido sol y la briza suave sobre la piel, es remontarme cual barrilete de antaño (hecho con cañas, papel y engrudo) a la cósmica visión de un lugar, cálido en clima y en amigos.

Joaquín V. González …
y su viejo cartel ferroviario

Porque la “Perla del chaco salteño” (que así llamaría yo a Joaquín V. González) es así, con sus mañanas frescas que rápidamente ceden al sol subtropical candente y frontal, con sus algarrobos y quebrachos colorados, con algunas tipas y palos borrachos. Una ciudad con alma de pueblo, de vecino, de abrazo fraterno y mano extendida para el forastero.

Sus calles, por aquellos tiempos, eran refugio de juegos y pantalones cortos con rodillas llenas de tierra  de traviesos changos que sin internet y sin trastos elocuentes, sabían inventar juegos y juguetes de precaria e ingeniosa manufactura.

En aquel tiempo, la palabra «amigo», era valorada y respetada. Por las mañanas febo expandía sus rayos y la vida asomaba a nuestro pueblo con las vecinas barriendo sus veredas entre mates y tortillas. Al mismo tiempo un enjambre de guardapolvos blancos nos dirigíamos a alguna de las dos escuelas donde se impartía la necesaria educación formal de ese momento.

Mi Escuela era la Nacional 204 “Pedro B. Palacios”, la recuerdo con amor y nostalgia, vienen a mi mente aquellas aulas, corredores y patios de mi escuela. Brota en mi pecho un agradecimiento eterno a cada uno de mis maestros que supieron brindarnos un peldaño mas en el crecimiento de la tan necesaria educación formal. Hacer nombres sería injusto.

La que era en aquel tiempo,
la Escuela Nacional 204

Muchas veces en la edad adulta me he preguntado, ¿cuándo se rompió ese vínculo?, ¿cuándo se perdió ese amor comprometido con la escuela?, ¿en qué momento nos olvidamos como sociedad de la educación?.

Si tuviera que destacar una persona especial, un diamante único para aquellos tiempos, sería sin dudas el Padre Manuel Navarro Selva, hombre español de origen en cuna aristocrática, que decidió ofrecer su vida y su razón a la causa de los que menos tienen. Cumplió hasta el último minuto de su vida los votos asumidos. Todo su sacrificio y trabajo lo ofreció al Dios de su fe. Amó a Dios hasta el dolor y fue un dignísimo pastor en su servicio. Del Padre Navarro, podría escribir un libro de mil anécdotas, pero eso sería otro tema.

Vivencias y anécdotas muchas vienen a mi memoria, tal vez, vuelque el caudal de recuerdos con letras nostalgiosas y canto de coyuyos en otro caprichoso cincelado de mi pluma. Por ahora elevo el barrilete de mi infancia para liberar los cálidos sueños del niño que con sencillos y atesorados recuerdos, revive esos tiempos que aún perduran en mí.

Siestas curtidas de sol cobijan esos días de ayer y abrigan la fría estepa patagónica de hoy. Porque hoy mis pasos son Patagonia, esa tierra austral que cubierta de blanco tiende sus brazos a los hijos de este suelo, procurando no ser olvidada y recordándonos a todos, que todo es Argentina.

Así yo viví ese pueblo hace ya muchos años, y sin ser salteño…, me hice “chango”.

Gracias, Joaquín V. González.

Por las vías del tren, viajaban nuestros sueños de «chango»….

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